viernes, 29 de diciembre de 2017

Eclesiastés 3:1-8

Todo tiene su momento, y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz.

Libro del Eclesiastés 3:1-8

Sacado del libro Sobre el tiempo Ed Guido Indij - La Marca editora

Séneca - De la brevedad de la vida - Fragmento

   ¿Por qué nos dolemos de la Naturaleza? Ella se comporta bondadosamente: la vida, si sabes emplearla, es larga. Pero a uno le domina una avaricia insaciable; al otro, la constante ocupación en tareas inútiles; uno se entrega al vino, otro se aburre en la ociosidad, atormenta a éste la ambición siempre pendiente del juicio ajeno, a aquél el temerario deseo de negociar, que le hace recorrer todas las tierras y todos los mares co nla esperanza del lucro; algunos, acuciados por el afán de los combates, pasan toda su vida imaginando peligros para los demás o acongojados por los propios; los hay que se consumen en voluntaria esclavitud para ingrato servicio de sus superiores; a muchos, les acorta la vida una ligereza sin rumbo inconstante y nunca satisfecha de sí misma, por derroteros siempre nuevos, no saben a dónde dirigir sus pasos, a otros, no les atrae ninguna meta, y les sorprende su destino marchitándose en la vacilación. Por ello no dudo sea cierto lo que a modo de oráculo escribió el más grande de los poetas: "pequeá parte de la vida es la que vivimos", que lo que nos queda no es vida, sino tiempo.
   Por todos lados rodean y acosan a los hombres los vicios; sin permitirles enderezarse ni siquiera alzar los ojos hacia la verdad, antes los tienen hundidos en el ciénago de la codicia, sin dejarles nunca volver en sí mismos. Si por azar alguna vez sobreviene la calma, las olas siguen llevándolos de aquí para allá, y sus pasiones no les dejan nunca en reposo, como en alta mar, donde aún después de amainar el viento sigue el oleaje.
   ¿Crees que me refiero a aquellos cuya desgracia es pública? Pues fíjate en aquellos otros que llaman la atención por su fortuna: sus mismos bienes les ahogan. ¡A cuántos pesan las riquezas! ¡A cuántos les ha costado sangre su misma elocuencia, por haber querido lucir todos los días su ingenio! ¡Cuántos amarillean por el abuso del placer! ¡A cuántos la afluencia de clientes no deja ni un minuto de libertad! Ve examinándolos a todos, desde los más insignificantes hasta los de más alto rango: uno busca defensa, otro la ofrece; ése está en peligro, éste le defiende, aquél le juzga; nadie se pertenece a sí mismo, cada uno se acongoja por otro. Infórmate sobre estos cuyos nombres van de boca en boca: verás que les reconoces por estas señas: éste presta sus servicios a aquél, aquél a éste, y nadie a sí mismo.
   Completamente desatinada es, por último, la indignación de algunos que se quejan del desvío de sus superiores porque no han tenido tiempo de concederles la audiencia que deseaban. ¿Cómo se atreve a dolerse de la altivez de otro quien no tiene nunca un momento para sí mismo? Por lo menos aquél, quien quiera tú seas, te ha mirado alguna vez, aunque on aire insolente; ha prestado oídos a tus palabras y te ha puesto a su lado; tú en cambio, no te has dignado nunca mirarte ni escucharte. No tienes, pues, porqué alabarte ante nadie de haber cumplido con él estos deberes, ya que al hacerlo no obedecías a ningún deseo de estar con otro, sino que no podías estar contigo mismo. (...)
   También suelo admirarme cuando veo que algunos piden tiempo, y que aquellos a quienes se pide, lo prodigan. Uno y otro estiman aquello por lo que necesitan el tiempo, pero ni uno ni otro aprecian el tiempo en sí mismo: lo piden y lo dan como si no valiera nada. Se juega con la más valiosa de las cosas; lo que les engaña es que el tiempo es incorpóreo y no puede apreciarse con la vista: por esto lo consideran cosa desdeñable o, menos aún, de ningún valor. Los hombres aceptan de buen grado anualidades y dádivas, y por ellas alquilan su trabajo, su atención y su diligencia: pero nadie estima el tiempo, sino que todos lo malversan como si fuera cosa gratuita. En cambio, mira a estos mismos hombres, cuando están enfermos y se acerca el peligro de la muerte, cómo se abrazan a las rodillas de los médicos; o, si en un proceso se ven expuestos a la pena capital, cómo se avienen a entregar todos sus bienes a cambio de la vida.
   ¡Tan contradictorios son sus sentimientos! Si del mismo modo que pueden contarse los años transcurridos, les fuese posible ver cuántos les quedan por vivir, ¡cómo temblarían quienes viesesn que les quedan pocos! ¡Cómo los economizarían! Ahora bien, si es fácil administrar lo que tenemos seguro, por poco que sea, con mucha más atención habrá que conservar lo que no se sabe cuando va a faltarnos.
   Tampoco hay que suponer que tales hombres ignoren el valor del tiempo, pues suelen decir a quien más quieren que están dispuestos a dar por ellos una parte de su vida. Y sin pensarlo se la dan, y se la dan de tal manera, que ellos la pierden sin ninguna ganancia por parte de los otros. Por como ellos mismo ignoran esta pérdida, soportan fácilmente una malversación que no advierten. Nadie te devolverá los años ni nadie te restituirá a tí mismo. El tiempo seguirá la marcha empezada, sin desviar ni detener su carrera, sin alborotar ni recordar su velocidad, sino deslizándose quedamente. Ni la orden de un rey ni el favor de un pueblo le harán prolongar su curso: correrá, como lo hace desde el primer día, sin distraerse ni pararse. ¿Qué pasará? Tú estás ocupado mientras la vida se apresura, y  entretanto llegará la muerte, y a ella tendrás que someterte quieras o no.
   ¿Aprovecha a alguien el tiempo de los hombres, de aquellos, quiero decir, que se jactan de prudentes? Están demasiado atareados para poder vivir mejor; disponen de su vida a expensas de la vida misma. Ordenan sus pensamientos a largo plazo, a pesar de que la dilación es la peor manera de malgastar la vida, pues suprime el día actual y, a cambio del futuro que promete, nos quita el presente. La espera es el mayor impedimento del vivir, porque depende del mañana y pierde el día de hoy. Dispones de lo que está en manos de la fortuna y abandonas lo que está en las tuyas. ¿Cuál es tu propósito? ¿Por qué te adelantas tanto? Todo el porvenir es incierto: vive, pues, desde ahora. Ve cómo exclama el mayor de los poetas, cuando, como inspirado por boca divina, canta aquel saludable verso:
   El mejor día de la vida, para los míseros mortales, es el primero que huye

De la brevedad de la vida

Tomado del libro "Sobre el tiempo" de Guido Indij Ed la marca